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En el Día del Son Cubano. Celia Cruz, sonera eterna

En 1958 y aún sin Puentes, Masuccis ni Pachecos por sus alrededores, Celia Cruz recibía de la disquera norteamericana Seeco Records su segundo Disco de Oro personal por la grabación del son montuno Me voy a Pinar del Río, del autor Néstor P. Cruz, acompañada por La Sonora Matancera. (El primero lo había ganado en buena lid con Burundanga, el afro de Oscar Muñoz Bouffartique). Podría pensarse que la elección de un tema sonero era una mera coincidencia beneficiada por las cifras millonarias de venta del single[1], con el que su intérprete y conjunto acompañante habían aparecido incluso en el filme Olé Cuba, pero no: Celia venía validando desde hacía mucho su estirpe de sonera inigualable, continuadora de la tradición desde una perspectiva que encajaba con los tiempos que se vivían y que reflejaba también todo lo que de los ritmos cardinales en su repertorio –afros y guarachas- incorporaba a su vocación sonera.

A inicios de los 50, cuando Celia comienza su etapa junto a La Sonora Matancera, el mundo de los cantantes soneros seguía siendo mayoritariamente masculino, pero había mostrado su empatía con la continuidad de los cambios estructurales y formales, evolutivos sin duda, que venían sucediéndose desde que el sexteto se convirtió en septeto y luego en conjunto y dentro de éste, continuaron las transformaciones, esencialmente suscritas por los aportes geniales de Arsenio Rodríguez. Influída en sus inicios por cantantes de fuerte raigambre sonera como Paulina Álvarez, Abelardo Barroso, Orlando Guerra, Cascarita, y Miguelito Valdés, entre otros, Celia transita desde una fugaz fase mimética –perceptible en sus tempranas grabaciones radiales de 1948 y 1949 en Mil Diez y Radio Cadena Suaritos-, a la búsqueda consciente y pertinaz de un estilo propio que consigue concretar muy pronto. Ese estilo singular suyo tiene como componente esencial ciertas claves de la interpretación sonera -la constante rítmica, la capacidad improvisatoria, la continuidad temática-, que ella consigue trasvasar a otros géneros y ritmos derivados o concomitantes con el son, como la guaracha, la guajira, el afro, el pregón, el bolero-, en ese excelente repertorio, marcado por la sagacidad y el sentido comercial de Rogelio Martínez, el director de La Sonora Matancera.

La prominente musicóloga Dra. María Teresa Linares dio las claves que caracterizaban a Celia y su relación con el son en aquel momento: “…una mujer muy joven con una calidad tímbrica estupenda, el timbre de la mulata cubana, que tienen tantas otras cantantes cubanas, y con una serie de virtudes: una dicción perfecta, una voz muy bien timbrada, muy bien colocada de una amplitud vocal, cuyas notas graves son muy cálidas y las notas agudas son muy restallantes, como se usaba en la guaracha y en el son. Los soneros tenían esa voz aguda y restallante. El éxito estuvo en situarse exactamente en el momento en que le correspondía; cuando los conjuntos empezaban a tener voces solistas y a desarrollarse en un aspecto muy amplio de la música cubana. Un momento histórico de la música cubana. La década de los 40 fue una década de formación, de percepción de nuevos estilos y creación de nuevas cosas. Porque del son de los años 20, al son y la guaracha que se cantaba ya en los 50 y los 60 hay un camino de evolución y Celia recorrió ese camino.”[2]

De 1950 hasta 1965, la discografía de Celia con La Sonora Matancera exhibe la evidencia indiscutible de su condición sonera en numerosos montunos, guarachas, cha cha chás, y otros. En una playlist imaginaria, no podrían faltar temas soneros como Mi soncito (Isabel Valdés), Cha cha güere (Severino Ramos y Luis A. Reyes), Bajo la luna (Armando Oréfiche), El congo (Calixto Callava), Ven Bernabé (Santiago Ortega), Llegó la zafra (Enrique Bonne), Caramelos (Roberto Puentes), Taco Taco (Ernesto P. Cruz), Rico changuï (Calixto Callava), Cógele el gusto (Santiago Ortega). Con la orquesta de René Hernández, en los temas grabados también para el sello Seeco en 1963, cuando ya vivía en Estados Unidos, la influencia sonera aflora en temas como el boricua El eco y el carretero (Ferrer-Márquez) o Me voy pa’l pueblo (Marcelino Guerra).

De las sesiones con Memo Salamanca y sus diferentes formaciones en la primera mitad de los sesenta, destacan, entre otras, las grabaciones de Celia en La jaibera (Mario Ruiz Suárez), La negra Caridad (Javier Vázquez), Sabroso son cubano (Arturo Díaz Rivero), y su excelente versión de A Santa Bárbara (Que viva Changó), ese clásico de Celina González.

Cuando llega su etapa con Tito Puente, tras finiquitar su contrato discográfico con Seeco Records, Celia graba una serie de discos producidos por el propio Puente para la etiqueta Tico Records, donde el productor continúa su trabajo con músicos cubanos (recordar que hizo algo similar con Vicentico Valdés) teniendo siempre al son y sus derivaciones como base de solidez para, a través de los arreglos de un repertorio cuidadosamente seleccionado, construír una sonoridad diferente a la de los habituales conjuntos guaracheros y soneros. Piezas como Amarra la yegua y Se me perdió la cartera (dos de los temas de Arsenio Rodríguez en el repertorio de Celia), muestran con esplendor la raíz sonera en la interpretación de la gran cantante, ahora con el respaldo de una tremenda banda. Estaba preparada para esos cambios. Desde su etapa cubana lo estuvo y fue ella misma elemento impulsor de esas transformaciones que se manifestaban en disímiles ámbitos, pues no solo evolucionaba su música, su repertorio y su estilo, sino también su imagen escénica, su vestuario, que se acercaba cada vez más al latin pop mientras más se alejaba de las clásicas batas cubanas de volantes y pasacintas y de las reminiscencias escénicas estereotípicas de lo cubano.

Lo que siguió es lo más conocido del trabajo de Celia Cruz, la sonera, la guarachera, la bolerista, cuando el negocio de la llamada salsa, con Fania Records como plataforma de producción y distribución hizo lo único que faltaba por hacer: expandir al mundo sus grandes valores musicales. Johnny Pacheco, los músicos y principales decisores de este movimiento –todos hombres- supieron que Celia Cruz era la raíz, la mejor y la más auténtica, y ella supo con disciplina e inteligencia transgredir las fronteras del tiempo y actualizar el sonido que había acuñado como propio. En los años 70, su discografía lo demuestra, porque revisita en gran medida su repertorio antecedente. Son solo ejemplos mínimos: con Pacheco y el piano genial de Papo Lucca, retomó en arreglos maravillosos, temas que ella había hecho clásicos con La Sonora Matancera, como Ritmo, tambó y flores (Joseíto Vargas), La sopa en botella (Senén Suárez), Rico changüí (Calixto Callava); con Pacheco lleva el son a un tema tradicional peruano como Toro mata, y junto a Pete El Conde Rodríguez pone en las cuatro esquinas del mundo un clásico eterno de la trova tradicional cubana, tan emparentada con el son, como La rosa roja (Oscar Hernández).

En la primera mitad del siglo XX los cantantes soneros y guaracheros de nuestras orquestas y conjuntos veían como medio esencial la interacción con el público, y su escrutinio, en los bailes populares y en los estudios de las emisoras radiales y luego televisivas. Las grabaciones discográficas comerciales nunca pudieron recoger el extraordinario ambiente que creaba esa retroalimentación necesaria, ni tampoco la verdadera dimensión de la capacidad, las habilidades improvisatorias y los recursos escénicos de convocatoria que eran capaces de demostrar en esas actuaciones en directo nuestros cantantes soneros y en particular, nuestra Guarachera de Cuba, Celia Cruz.

Alguna idea nos dan las pocas grabaciones que se conservaron de actuaciones de Celia y La Sonora Matancera en directo en Cuba y que fueron digitalizadas y recogidas por el sello Bárbaro en la serie de CDs Celia Cruz y La Sonora Matancera en Radio Progreso y CMQ (Década de los 50). Pero muchas más muestras de su estirpe sonera, del modo en que improvisaba, guaracheaba y vibraba de puro sentimiento, de su apego eterno al son cubano, están en los numerosos videos de actuaciones suyas desde los años 70 hasta su muerte el 16 de julio de 2003.

Si María Teresa Vera inició de manera indiscutible el camino de la mujer en el son cubano; si tuvo seguidoras en Paulina Álvarez, Ana María García, el sexteto Anacaona, Graciela, Dominica Verges, y otras, es Celia Cruz quien continúa ese legado y quien lo lleva al lugar más alto y más universalmente conocido. Si hemos tenido después a Caridad Cuervo, a Celeste Mendoza, a Elena Burke y a Omara Portuondo en sus inigualables perfiles soneros, a Celina González, Caridad Hierrezuelo, Teté García-Caturla, Mayelín Naranjo, Aymeé Nuviola, a Lucrecia, a Jacqueline Castellanos, a Haila y a muchas otras mujeres soneras, cada una llevando el son a su estilo y su estilo al son, es porque hubo y habrá siempre una Celia Cruz.

No podría precisar el momento exacto en que se convirtió en un clásico de la música latina; de la música cubana ya lo era, porque su autenticidad y sentido de pertenencia, expresado con sentimiento sonero como algo orgánico e innegociable, hablan de una grandeza atemporal e infinita. Del mismo modo que Bessie Smith, Ella Fitzgerald, Billie Holiday, son nombres fundacionales en la historia del blues y el jazz, Celia Cruz es raíz y rama expansiva en la esencia de nuestro son cubano.

Rosa Marquetti Torres

Notas

[1] Seeco Records, 78 rpm S-7672: Me voy a Pinar del Río (Néstor P. Cruz) / El lleva y trae (Issac Fernández) Grabado en La Habana el 30 de noviembre de 1956. Publicado también en el LP Cuba’s Queen of Rhythm (Seeco SCLP-9101) de 1957.

[2] Dra. María Teresa Linares en documental Celia Cruz regresó a La Habana, del realizador cubano José Luis Lobato.

Alquízar, Cuba. Soy una apasionada de la historia de la música y los músicos cubanos, de la memoria histórica y de asegurar su presencia historiográfica en las redes. Me gusta la investigación. Trabajo además en temas de propiedad intelectual y derechos de autor. Escucho toda la música... y adoro....la buena. Desmemoriados... es la interaccción. Todos los artículos son de mi autoría, pero de ustedes depende que sean enriquecidos.

8 Comentarios

  • Jaime Jaramillo

    Excelente recuento del paso de Celia Cruz por New York esparciendo alegria y ritmo para todos el Gran Manzana. Rosa nos lleva de la mano con informacion precisa y bien documentda, como siempre, a traves de los vericuetos del mundo discografico con la Seeco, Tico, Fania y su apreciacion de la calidad de Celia como sonera de gran calibre con los antecedentes de Maria Teresa Vera, Paulina Alvarez, Graciela y otras damas que incursionaron en ese campo dominado por la presencia masculina. Celia tenia la gran cualidad que podia tocar con cualquier orquesta, grupo, sonora por su calidad interpretativa no conocia limites. Jaime Jaramillo Envigado Colombia

  • Ángel Manuel

    Rosa he leído detenidamente el texto y qué puedo decir yo un diletante en el tema, solo le agradezco como cubano, artista, está valoración de nuestra Celia Cruz tan útil para refrescar la mente de los decisores que no hablan de ella y la prohíben. Yo he hecho mi parte. Gracias, muchas gracias de todo corazón.

  • Alina

    Gracias Rosa. Gratificante e instructivo tu artículo. Texto que queda para ser consultado suempre que se estudie sobre el son. Un abrazo y gracias

  • Rosa Marquetti Torres

    Muchísimas gracias, querida Alina. Importantes estas palabras, viniendo de ti, que tanto has hecho porque el son esté presente en la música coral cubana desde tu gran Schola Cantorum Coralina.

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