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Me acuerdo como si fuera hoy…. A 20 años del paso de Celia Cruz a la inmortalidad

 

Hoy, aquel 16 de julio de 2003 y los días anteriores de alarma e incertidumbre, parecen menos distante en el tiempo. Me acuerdo de cuando se supo la terrible noticia de su enfermedad, la posible cercanía de su final y cómo sus amigos y colegas organizaron un monumental concierto, una reunión de amigos para homenajearla, transmitiéndolo desde el Madison Square Garden a medio mundo a través de la televisión. Era el 13 de marzo de aquel año, Celia era la alegría, pero aquel tributo tenía sabor a despedida. Herida ya de muerte, arropada con el amor y el cariño multiplicados, La Guarachera de Cuba exhibía una rara felicidad, una sonrisa casi infantil, a veces impersonal, monolítica, como el color platino de su pelo y su vestido aquella noche, la última que apareció ante su público sobre un escenario, cuando ya la enfermedad se ensañaba con su prodigiosa memoria y la hacía sacar fuerzas de flaqueza para mantener la compostura de profesional sin fisuras que siempre tuvo.

Eran los tiempos de las antenas parabólicas clandestinas en Cuba, y recuerdo que muchos pudimos verlo a través de la señal satelital que, solo Dios y los orishas saben cómo, captábamos por  aquellas vías tan poco ortodoxas. Me acuerdo que, aun así, teníamos pocas noticias, escasos detalles sobre su estado de salud: solo sabíamos que estaba muy enferma.  Celia Cruz era –es- una de las más grandes y más universales cantantes cubanas de todos los tiempos, pero para la prensa cubana, desde 1961, ella no existía. Tampoco el largo camino de crecimiento profesional y personal que ascendió en Cuba antes de salir el 15 de julio de 1960 sin saber que no regresaría nunca más.

No existía su ascendente trayectoria musical en Estados Unidos, desde sus primeras presentaciones allí con La Sonora Matancera, luego con Tito Puente hasta llegar los tiempos de Fania de Johnny Pacheco, Willie Colón, Pete El Conde Rodríguez, Ray Barreto, y tantos otros, expandida al mundo entero hasta convertirse, por derecho propio, en La Reina de la [llamada] Salsa.  Tampoco sus grandes éxitos junto a Lola Flores, Patti LaBelle o Luciano Pavarotti, entre muchos otros, que hablaban ya del alcance de una carrera siempre en ascenso y búsquedas para marchar con los tiempos.

Para la prensa cubana, brazo principal de la censura oficial, no existían los grandes aportes de Celia a la interpretación, difusión y preservación de los géneros cardinales de la música cubana –son, guaracha, afro, cha cha chá, bolero-, ni su triunfo monumental como única mujer en dos grandes formaciones musicales masculinas –La Sonora Matancera y Fania All Stars -hecho lleno de simbolismo  donde conquistó su espacio, la aceptación y  el respeto de todos, deviniendo inspiración para cantantes latinas de otras generaciones. Mucho después, tampoco existieron para la prensa oficial cubana, los numerosos reconocimientos internacionales que avalaron el alcance cultural y social del legado de esta mujer afrocubana.

El cubano de a pie no pudo enterarse por su prensa nacional cuando en 2014 la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos –la mayor y más importante del mundo contemporáneo- eligió el legendario LP Celia & Johnny para figurar en el Registro Nacional de Grabaciones “por su relevancia cultural, histórica y estética”,[1] Ni tampoco se enteró de que al año siguiente, la prestigiosa revista especializada Billboard incluyó a este disco entre los 50 álbumes latinos esenciales en los últimos 50 años.[2] No se ha enterado de que Celia Cruz figura entre los 100 cantantes más influyentes del siglo XX para la revista especializada Rolling Stones, ni que su figura será la primera de una mujer latina en aparecer en una moneda oficial en los Estados Unidos. Tampoco han existido para esa prensa oficial cubana los 3 Doctorados Honoris Causa concedidos a Celia por las universidades de Yale, Internacional de la Florida y Miami, considerando sus grandes aportes a la cultura popular cubana, latina y universal.

No fue cantando otra cosa que no fuera música cubana y llevándola a los más altos niveles de reconocimiento internacional, que Celia se hizo acreedora de las más altas distinciones de países donde no nació, pero donde la veneran: en Estados Unidos, la Medalla Presidencial de las Artes, la Medalla Congresional de Oro, otorgada por la nación estadounidense y el Premio a la Obra de Toda la Vida (Lifetime Achievement) del Instituto Smithsonian, prestigiosa y poderosa institución socio-cultural norteamericana. De Perú, Panamá, Colombia, México, Santo Domingo, Celia recibió las más altas distinciones culturales. En Nueva Jersey, Miami y Tenerife, sendas calles llevan su nombre; en Nueva York, una escuela, pero para la oficialidad de su país natal, ella no existe: ni una calle, ni una escuela, ni una plaza, ni un aeropuerto llevan el nombre de quien llevó el de Cuba a todos los rincones del planeta con el orgullo y la responsabilidad de una patriota.

La prensa de mi país ha preferido ignorar sistemáticamente tantos logros y tan altos reconocimientos a una cubana nacida en lo más pobre del barrio de Santos Suárez. En mi país -me acuerdo, porque aún hoy se traduce en política “cultural”-, la postura política respecto a la Revolución cubana y el actual gobierno, define oficialmente el lugar de un artista y la ponderación –o subestimación- de su obra y sus valores creativos. Veinte años atrás, también. Su nombre, como también ahora, no era mencionado en los medios oficiales de difusión.

Hoy me acuerdo muy bien: el jueves 17 de julio de 2003, sin internet en Cuba, despertamos con la noticia no por esperada, menos triste, la noticia que corrió de boca a oído, por lo bajo: Celia Cruz había muerto el día anterior, cercenando las esperanzas de millones de cubanos, caribeños y latinoamericanos que aguardaron el milagro de su sanación o el retraso del final, acostumbrados como estábamos a verla vencer todas las batallas, con su inteligencia, talento inmenso y autenticidad en la entrega artística como únicas armas.

Me acuerdo que ese día hice y me hicieron varias llamadas, amigos fanáticos de Celia, mi primo Leopoldo, que desde Alquízar, nuestro pueblo distante de la capital, no daba crédito a la noticia, no podía pensar que uno de sus ídolos musicales pasaba ahora a vivir la inmortalidad de la historia.  Entristecidos, esperamos en vano que por la radio y la televisión sonara la voz de nuestra reina en su propia tierra.

En avalancha, pero como una secuencia fílmica pasaron por mi memoria los recuerdos: aunque alguna vez en mi niñez la vi por televisión, como mis amigos, la conocí más y la gocé primeramente por los vinilos, cassettes y discos de Fania que, de los modos más increíbles, llegaban a nuestras manos en una Habana desconectada del mercado internacional de la música y de la conexión directa que nos mantenía actualizados antes en cuanto a todo lo que podía pasar con la música en Norteamérica.  Recuerdo que poníamos –también por lo bajo- aquellos cassettes para bailar con La sopa en botella, Químbara, Bemba Colorá, y años después los Cds con La vida es un carnaval, La negra tiene tumbao o Yo viviré, su fabulosa versión de I will survive.

Aquel 17 de julio de 2003, el día después de su paso a la eternidad, quienes tenían edad suficiente, recordaron y comentaron sus memorables grabaciones, programas de radio y televisión con La Sonora Matancera; sus colegas que aún quedaban en Cuba alababan sus dotes únicas, su extraordinaria calidad vocal, su sabrosura inmensa, su cubanía a toda prueba, sobre los escenarios de los grandes cabarets y de los mejores teatros cubanos y sus grandes shows televisivos en su país. Y sus enemigos políticos esgrimieron sus armas preferidas entonces: Granma, el diario oficial publicó una escueta nota alejada de toda prioridad, en la página interior dedicada a temas culturales, enfatizando la muerte de una contrincante política, más que la pérdida irreparable de una gloria de la música y la cultura popular cubana, caribeña, latinoamericana y universal.

Obituario publicado en el periódico Granma, el 17 de julio de 2003.

Me acuerdo que aquel jueves de 2003, bajo el calor y la humedad habitual en La Habana, tuve la sensación de que a partir de ahora, el 16 de julio no sería otro día más, no al menos para quienes amamos y admiramos a La Guarachera de Cuba, a La Reina de la Salsa en su isla y más allá de los contornos. Volvimos, en perfecto clandestinaje, a la señal satelital de los canales de Miami captados en La Habana por quienes nos agenciamos una parabólica escondida dentro de un tanque de fibrocemento o cubierta por maderas bien dispuestas. Mi reproductor-grabador marca Sanyo –hoy viejísimo, pero aún eficaz-  no se apagó mientras duraron las transmisiones de las honras fúnebres de Celia que reunió en Miami y en Nueva York durante 5 días a un verdadero mar humano. En una cinta VHS mi viejo Sanyo registró todo lo que pudo de aquel llanto multitudinario, de aquel funeral que se me tornaba imposible. Los funerales de Celia Cruz fueron, probablemente, la primera gran señal del sentido multinacional, pluriétnico y transgeneracional de su legado.

Portada de su álbum póstumo Regalo del alma (Sony Discos TRK-70620), publicado en 2003  con sus últimas grabaciones.

Me acuerdo que durante el recorrido del cortejo fúnebre desde la catedral de St. Patrick hasta el cementerio Woodlawn vi y escuché a mujeres dominicanas, puertorriqueñas, colombianas, peruanas, otras nacidas en Estados Unidos, hablar con la prensa y no sólo hablar de la música de nuestra Guarachera de Cuba, sino también reconocerla como una inspiración en sus vidas y en sus luchas por la igualdad de oportunidades, por el reconocimiento de las diferencias, por la importancia de la contribución cultural y social de sus comunidades a aquel país que las había acogido

Y claro, tenía que ser así:  vino a mi recuerdo el consejo de su profesora María Ranieri cuando Celia se graduó como maestra:  “Tú naciste para cantar, para alegrar la vida de la gente” y de la sencillez y responsabilidad con que Celia asumió su misión de vida. Me acuerdo de tantos y tantos obstáculos que supo vencer con sagacidad, constancia y disciplina.  Me acuerdo de su alegría y optimismo como filosofía de vida, de la que supo contagiarnos invitándonos a ver su lado positivo, como si la vida fuera un carnaval. Recuerdo, porque aún lo vivo, cómo tres generaciones de cubanos que le sucedieron tanto en Cuba como en la diáspora, han sabido descubrir a Celia Cruz y perpetuar su leyenda cierta y su gran legado musical.

Cuando las estadísticas de Spotify anuncian que Celia Cruz, ha tenido 6,116,890 oyentes en el pasado mes de junio y otras plataformas de consumo de música  arrojan también cifras igualmente asombrosas, que demuestran la vigencia de sus sones montunos, sus guarachas, sus afros, la vigencia de los temas que le ganaron ser la Reina de la Salsa, me acuerdo de su grito  de guerra y gozadera:  ¡Azúuuuucaaaaaaaar! y llego a una conclusión: Celia Cruz en Cuba, Latinoamérica y el Caribe, en el mundo entero, está más viva que nunca.

 

©  Rosa Marquetti Torres

16.7.2023.

 

NOTAS

[1] «Hallelujah, the 2013 National Recording Registry Reaches 400«. Library of Congress. April 2, 2014. Retrieved April 8, 2021

[2]  «The 50 Greatest Latin Albums of the Past 50 Years«. Billboard. September 17, 2015.

Alquízar, Cuba. Soy una apasionada de la historia de la música y los músicos cubanos, de la memoria histórica y de asegurar su presencia historiográfica en las redes. Me gusta la investigación. Trabajo además en temas de propiedad intelectual y derechos de autor. Escucho toda la música... y adoro....la buena. Desmemoriados... es la interaccción. Todos los artículos son de mi autoría, pero de ustedes depende que sean enriquecidos.

8 Comentarios

  • Abelardo

    Leyendo una publicación suya sobre Gina León, pude conectarme con Desmemoriados. Cuánta alegría me dió leer su magistral artículo sobre nuestra inolvidable Reina de la salsa Celia Cruz.
    Tengo 79 años de edad y siempre he sido fan de Celia. En mi PC no me aburro de oír el monumental concierto Celia Cruz y Amigos.
    En 2003 yo me encontraba en Moscú y a raíz de su fallecimiento un periodista ruso (lamentablemente no recuerdo su nombre) escribió en un periódico nacional una bella reseña de Celia, informando su muerte. Me impresionó tanto que en un país tan lejano y ajeno a los ritmos cubanos un ruso se expresara tan cariñosamente sobre Celia, que traduje dicho artículo y lo envié al sitio de Pedro Knight.
    Celia era conocida y reconocida en todo el universo, menos, tristemente, en nuestro país. Muchas gracias por su bella publicación. Nuestra generación sí la recordamos y amamos.

  • Miki C.

    El obituario del Granma salió solo en la última edición del día, de circulación en la capital y la antigua provincia Habana. Para el resto del país ni siquiera hubo obituario. Así estábamos y así seguimos.

  • Jaime Jaramillo

    20 años han pasado desde la desaparición física de Celia pero su alma, su voz, su calidez humana está y estará siempre con nosotros. Rosa Marquetti en estas cálidas notas nos mueve a recordar siempre a Celia que es parte de nuestra vida, después de casi 8 décadas de vivir solo puedo decir que sin la presencia de Celia en mi vida de apreciación musical a lo mejor no estaría escribiendo estas notas, así que MUCHISIMAS GRACIAS CELIA.

  • Rosa Marquetti Torres

    Muchas gracias, Abelardo, por contribuir con su lectura y su valiosa anécdota. También por mencionar la paradójica a inexplicable postura del gobierno cubano frente al legado de Celia Cruz a la cultura cubana, y que demuestra cuán sesgada es su visión de lo que es real y culturalmente valioso.

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