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Jugar con candela: la editorial Musicabana

La creación de la editorial Musicabana constituye el primer intento de los compositores cubanos en conseguir una independencia de las editoriales norteamericanas de música que, desde los años treinta del pasado siglo, monopolizaban la producción autoral de los compositores cubanos. Musicabana fue también probablemente, la primera entidad de carácter mercantil creada por un grupo gremial de negros y mulatos cubanos en el ámbito de la cultura y los medios de difusión.

Si algo parece ser un mantra aceptado por quienes desde diversas filiaciones políticas abordan la historia de la música cubana, es el carácter injusto y expoliador que marcó siempre su difusión comercial, que afectó siempre y en primera instancia al eslabón primigenio y esencial: los autores o compositores.

Desde muy temprano y durante mucho tiempo dos editoriales norteamericanas intervinculadas monopolizaron el control de la producción y el mercado de la música popular cubana: Peer International y Southern Music Publishing Company, ambas creadas por el norteamericano Ralph Peer. Si bien es cierto que su labor contribuyó a que nuestra música llegara a más de medio mundo, incluído un mercado tan importante como el norteamericano, la dicotomía de su accionar en Cuba tiene como otra vertiente, muy condenable, el expolio económico a sus autores.

Inicios de un negocio

En los comienzos de la radiodifusión en Estados Unidos, en los años veinte, no se pagaba por el uso del repertorio musical en sus programas. No se reconocía el derecho del autor. Un vendedor de discos llamado Ralph Silvester Peer, sagaz como él solo, se percató del vacío que se convertiría en el gran filón económico de su vida y sus colegas de entonces fueron los primeros en asombrarse de su lucidez económica: Peer vio la posibilidad de cobrar a las emisoras de radio “una regalía de un centavo por cada lado del disco [de 78 rpm] que dividiría con el artista … Cuando me enteré de esto, me quedé atónito. ¡Nadie que hiciera música había recibido regalías por sus arreglos o composiciones, y aquí aparecía un hombre que era capaz de cobrar regalías con las composiciones que habían escrito otros hombres!”, reconocería en su autobiografía Nathaniel Shilkret, quien fuera director del Dpto. Internacional de la Victor Talking Machine en la década de los veinte del pasado siglo. Peer comienza a editar y grabar con su compañía Southern Music Publishing Co.,a músicos que serían tan trascendentes como Fats Waller, Jelly Roll Morton, Louis Armstrong y Count Basie.

Coincide esto con un panorama cada vez más prometedor para la música cubana: en 1930 El Manisero (Moisés Simons) arrasa en Estados Unidos cantado por Antonio Machín con la orquesta de Don Azpiazu y se convierte en el primer éxito en ventas millonarias de discos en la música cubana. Algo parecido había sucedido poco antes en París, con Rita Montaner y el paso de otros músicos cubanos, que revolucionan la escena parisina. El Septeto Nacional Ignacio Piñeiro había impactado en España en 1928 cuando llega allí para actuar en la Feria Mundial de Sevilla.

La música cubana entra incluso en Hollywood a través de filmes que reinterpretan al modo anglosajón los ritmos y ambientes cubanos, todo esto al calor de lo que llamaron ellos mismos la rhumba crazy (Cuban Love Song (Bajo el cielo de Cuba), con Lupe Vélez y Laurence Tibett, en 1931 y cortos de Vitaphone con el Trío Matamoros y la Orquesta Hermanos Castro, son claros ejemplos). Se ha abierto el mercado internacional a la música cubana, que, no olvidar, tuvo sus antecedentes en las grabaciones que en las dos primeras décadas del siglo habían realizado para sellos norteamericanos trovadores y soneros como María Teresa Vera, Rafael Zequeira, Miguelito García, y los Sextetos Habanero, Nacional, Boloña y Occidente, entre otros.

Desde que Ralph Peer se percató de la rentabilidad de la música, y de la multiplicidad de plataformas que podían ser productivas en este sentido (radio, cine, publicidad, etc.), movió fichas en su país para que se establecieran normativas legales que aseguraran el negocio a la mayor escala posible, y sus jugosos dividendos, encaminado hacia el dominio total de los derechos de autor que comprendían los grandes sucesos de la música latina y caribeña a nivel mundial. Pero su estrategia se basaba en la ley del embudo, que por supuesto le debía asegurar a él y su empresa los mayores beneficios.

Rápidamente, en los años treinta Ralph Peer organiza en Cuba la filial de Peer International y corruptelas mediante, consigue muy pronto el control total del negocio. Solo la debilidad de la gestión gubernamental y su connivencia con la corrupción, el desconocimiento de autores y gobierno sobre el tema y la voracidad de la editorial Peer International, pudieron hacer posible un hecho insólito: un hábil y según algunas fuentes, inculto personaje, de nombre Ernesto Roca, fue durante décadas, al mismo tiempo, el representante de Peer International, funcionario de una Federación de Autores totalmente controlada por Peer y también Jefe del Departamento de Propiedad Intelectual adscrito al Ministerio de Educación cubano. Si todo esto fuera poco, ¡Roca era además el representante de la RCA Victor en Cuba![1]

Ernesto Roca era, ni más ni menos, juez y parte al mismo tiempo. Además, para un control más perfecto y monopólico, Roca mantenía cercanos vínculos con los dueños de las radioemisoras locales, principal medio de difusión en los años treinta y cuarenta, antes de la aparición de la televisión, y el utilizador por excelencia del repertorio musical en el país.

Contra la pared

Los contratos editoriales de Peer-Southern y otros editores norteamericanos que llegaron después, como Robbins, Edward B. Marks y otros eran, por lo general, leoninos: en síntesis, obtenían del autor toda su obra producida y por producir; no contemplaban territorios específicos, sino que implicaban una cesión a favor de la editorial de carácter universal: el mundo entero y por largos períodos de tiempo.

Hasta que en 1944 Ramón Sabat crea la primera disquera netamente cubana –Panart– las marcas norteamericanas retenían el monopolio de las grabaciones y el prensaje de discos de música cubana: Victor y Columbia, principalmente, y también Peerless y Seeco, entre otras grababan a músicos, conjuntos, orquestas lo mismo en Cuba que en los países donde éstos trabajan o donde los llevaban a grabar. Pero hasta allí llegaban siempre los tentáculos de lo que los autores y cierta prensa comenzaron a llamar “el pulpo Peer”, a través de los contratos que los compositores debían firmar con Southern Music, si querían que su música sonara y esperar ser retribido por esto.

A Bobby Collazo, pianista, director y compositor de temas que se hicieron muy populares como Serenata mulata, Rumba matumba, Qué te has creído, Tenía que ser así y la más difundida: La última noche, no se le puede clasificar como comunista ni simpatizante con esa ideología. Nunca lo fue. En su libro “La última noche que pasé contigo. Cuarenta años de farándula cubana”, escrito desde su exilio en Nueva York hace varias referencias al “pulpo Peer” y a las insólitamente precarias e injustas retribuciones que pagaba a los autores. A la mística que marca la vida de Chano Pozo corresponden varios incidentes reales, en los que el famoso percusionista recurre a la violencia contra Ernesto Roca y sus oficinas para tratar de recuperar lo que en su criterio, le correspondía como regalías por derechos de autor.[2]

El feeling, La Mil Diez y Lázaro Peña

Una precaria y amañada gestión de la propiedad intelectual, que permitía desde el beneficio a un grupo de autores hasta la infravaloración o desconocimiento de otros, pasando por una alarmante falta de transparencia y precisión en los datos de utilización de sus obras y un reparto anárquico que favorecía siempre a la editorial norteamericana: era el panorama en la gestión de derechos de autor, cuando emergen dos hechos que tendrán vinculación entre sí: la inauguración el 1 de abril de 1943 de la radioemisora Mil Diez, uno de los órganos mediáticos del Partido Socialista Popular, y el inicio del llamado movimiento del feeling, en la segunda mitad de la década de los cuarenta.

Eran en su mayoría, obreros y trabajadores en la pobreza económica; solo algunos de ellos lograban tener estudios superiores, pero a todos los unía la vocación por componer música y hacerlo desde una actitud de renovación armónica y poética de la canción y el bolero, asumiendo y reconociendo influencias del jazz y los compositores norteamericanos, el impresionismo de Debussy y la mejor tradición trovadoresca cubana, en la que la calidad de las letras y el apelar a la terrenalidad en la expresión de los sentimientos, las alejaba de lo idílico y lo irreal.

El movimiento del feeling, gestado en las reuniones familiares y de amigos en las casas de muchos de sus miembros, cubanizó el término jam-session renombrándolo descarga, que era justamente lo que eran aquellos memorables encuentros musicales a donde acudían cada vez más adeptos. En esas descargas de “los muchachos del feeling” participaban, entre otros, los compositores José Antonio Méndez, César Portillo de la Luz, Jorge Mazón, Rosendo Ruiz Quevedo, Angel Díaz, Armando Peñalver, Roberto Jaramil, Enrique Pessino, Luis Yáñez, Rolando Gómez, Giraldo Piloto Bea, Niño Rivera, Ñico Rojas, Armando Guerrero, Francisco Fellove, Marcelino Guerra “Rapindey”, Bebo Valdés, junto a otros cantantes, pianistas, guitarristas e instrumentistas.

La radioemisora Mil Diez fue creada en 1943 por la Unión Revolucionaria Comunista, que poco después cambiaría su nombre a Partido Socialista Popular,  y representó una fuente de empleo para los músicos emergentes, principalmente negros y mulatos, que confrontaban por esos años ciertas limitaciones para encontrar trabajo en otras estaciones radiales. Los compositores filineros cantaban también sus propias canciones, y encontraron en la Mil Diez la oportunidad que esperaban. Tan temprano como en 1946, la llamada Emisora del Pueblo acogió a varias formaciones musicales de muchachos del feeling, como Loquibambia Swing, dirigido por José Antonio Méndez y donde figuraron, entre otros, el pianista Frank Emilio Flynn, Eligio Valera, Leonel Bravet, Omara Portuondo (que entonces se hacía llamar Omara Brown); el Conjunto de Niño Rivera, el grupo Los Leoneles, de Leonel Bravet, por donde pasaron también Alberto Menéndez, Froylán Amézaga y César Portillo de la Luz.

Sede y estudio de la radioemisora Mil Diez, en la habanera calle Reina.

A través de los micrófonos de Mil Diez comenzaron a sonar las composiciones de los autores del feeling, pero poco después a finales de los años cuarenta, Niño Rivera con sus arreglos renovadores y creativos, las introduciría también en el repertorio del Conjunto Casino. La decisión de Roberto Espí, al frente del Casino, sería crucial para hacerlas populares y famosas.

Cantantes muy conocidos entonces, que ya trabajaban en la radio y hacían giras internacionales comienzan a nuclearse en torno al feeling y a interpretar sus canciones: Reynaldo Henríquez, Miguel de Gonzalo, Olga Guillot y quien entonces más hizo y grabó las composiciones de estos autores: Pepe Reyes. Otros cantantes aún menos conocidas como Elena Burke, Omara y Haydeé Portuondo, Moraima Secada –que poco después formarían el famoso Cuarteto D’Aida-, la propia Aida Diestro y su hermana Tamara Diestro, Tati, y otros.

Muchachos de feeling descargando. Tania Castellanos, César Portillo de la Luz, Angelito Díaz, Justo Fuentes, Hilario Durán (Ca. 1950). Archivo de la autora.

Y no era para menos: el potencial creativo de los compositores de feeling los atraía. Según refieren en entrevistas algunos autores filineros, la calidad y el éxito que comenzaron a tener con sus canciones, comenzó a preocupar a los compositores ya establecidos, y con relaciones preferentes con Peer-Southern y las casas discográficas, quienes intentaron si no suprimir, al menos entorpecer el acceso de los recién llegados al mercado.

José Antonio Méndez es un ejemplo vivo de una capacidad creativa que la propia vida se ha encargado de calificar como excelsa, y de esta historia de derechos escamoteados y rescatados. Estudiaba bachillerato, pero su situación económica personal le impidió continuarlo. Es en esa época en que empieza a componer y Miguelito Valdés le graba su primer éxito musical: Se cansa uno.

Contaría al periodista de la revista Fusté Show que “…un editor norteamericano le daba por los derechos de esta obra una regalía de 100 dólares, que Méndez, ni corto ni perezoso aceptaba, creyendo que hacía un gran negocio y fue de esa forma que pagó su primera novatada. Porque “Se cansa uno” fue un éxito de ventas en los Estados Unidos. Esta “novatada” le entusiasmó a seguir escribiendo. Después, con el éxito de “La gloria eres tú”, que le grabaran para Panart los cubanos Pepe Reyes y Olga Guillot, y en México para el sello Peerless, Toña La Negra, con un extraordinario éxito de ventas, José Antonio recibió un peso noventa y seis centavos ($1.96) en Cuba y en México un cheque por 300 pesos mexicanos (entonces unos 60 dólares estadounidenses).”[3]

Los abusos con sus obras, de las más éxitosas en el grupo de los muchachos del feeling, continuaron hasta que José Antonio se cansó y presentó una denuncia, acusando a los administradores de la Federación Nacional de Autores. Pero las influencias movidas por estos señores lograron el estancamiento de la causa, que durmió el sueño eterno en una gaveta.

De su experiencia comparativa con Musicabana, José Antonio contó décadas después a Marta Valdés: “… para poder grabar a un compositor en la RCA Víctor tenía uno que estar firmado con la Peer International, porque era Ernesto Roca[4] el que tenía el control. Es cuando viene la competencia de Panart y tuvimos un modo de hacerle frente a la Southern Music, a la Peer Internacional, que era Peer y Compañía en Cuba. Todo autor, para poder recibir, aunque fuera una miseria, tenía que hacer un contrato por lo que produjera en dos años.

Entonces me fui fortaleciendo, fuimos trabajando nuestra música, pero ya sabes, para agarrar un centavito, para ganar cien pesos en un trimestre tenías que vender diez mil discos, a centavo. Y eso era lo que te liquidaba la Panart ya con un “hitazo”, que eran diez mil discos. De ahí fue cuando vino la idea de independizarnos y de todas maneras yo no había firmado; pero entonces, para poder buscar los recursos, que creamos Musicabana, firmé y fue un fenómeno cuando ya estaba mi tema “Soy tan feliz” me dieron un anticipo de cuatrocientos pesos que creo que los estoy debiendo todavía.”[5]

Con todo esto, José Antonio Méndez adquiere conciencia de que aquello de ser autor sería una especie de guerra avisada y se convierte en uno de los abanderados de esa lucha por la reivindicación de los autores y su derecho a un pago justo. Sus compañeros comienzan a convencerse de que debían defender su derecho a hacerse escuchar, a que sus obras tuvieran la vida que merecían y que además, no tuvieran como destino el enriquecimiento de manos ajenas. Así, deciden enfrentar al pulpo Peer y no ceder a sus desiguales contratos editoriales. Nunca serían doblegados.

Zoila Castellanos, Tania, entonces joven compositora, era también asidua a las descargas del feeling y, al parecer, ya noviaba con el dirigente sindical Lázaro Peña, quien, aficionado a la música, también asistía a esos encuentros, y va conociendo en los músicos sus deseos de encaminar el descontento ante los manejos de las editoriales norteamericanas.

Para Rosendo Ruiz Quevedo, uno de ellos: “La procedencia social humilde de los entonces conocidos como “Los Muchachos del Filin”, explica sus relaciones cercanas con Lázaro Peña, inolvidable guía de los trabajadores cubanos. Él era, además, gran aficionado a la música. Ésa fue la coyuntura que facilitó la orientación precisa de Lázaro Peña a los creadores del filin: debían constituir su propia editorial para defender el derecho de la creación musical.”[6]

La editorial

Una mañana de enero de 1950, los compositores César Portillo de la Luz, Pablo Antonio Reyes, Jorge Mazón y Luis Yáñez visitan la redacción del periódico Noticias de Hoy (órgano del Partido Socialista Popular) para dar la primicia, que el diario publica el día 31 en breve artículo bajo el título Nace la Editora Musical “Producción Feeling” donde el autor anónimo expone:

“La cuestión es hacer circular la producción musical propia. Componerla, ya es mucho. Pero imprimirla, con la misma fuerza de iniciativa de iniciativa propia, darla a conocer, distribuirla en el mercado musical, nacional e internacional, ya es mucho más que mucho. Lo primero es un esfuerzo natural de una facultad determinada. Lo segundo es voluntad de desarrollarse. De aquí, la importancia de la iniciativa de este grupo de jóvenes compositores: crear su propia editorial, la editorial de su propia música.” Y acto seguido subrayan una serie de objetivos más concretos: “Afianzar la popularidad ya ganada por algunos de ellos. Despertar la atención del público sobre la calidad de los otros, de los que, teniendo calidad y méritos para la popularidad, aún no lo han logrado.”[7]

Los compositores Francisco López, Luis Yáñez, Jorge Zamora y Jorge Mazón (Archivo familia Mazón)

Noticias de Hoy señala como integrantes de la editorial en ciernes a los compositores Rolando Gómez, José Antonio Méndez, César Portillo de la Luz, Pablo Antonio Reyes, Jorge Mazón, Luis Yáñez y Niño Rivera. La nota destaca que ya se habían hecho populares en Cuba: La gloria eres tú (José Antonio Méndez) y Contigo en la distancia (Portillo de la Luz). Le seguían Átomo (Yáñez y Rivera), ya “pegada” por Conjunto Casino. El periódico señalaba también como populares en ese momento La luna y tus ojos (Jorge Mazón), Esperaré mi día (Rolando Gómez).

Pasó poco más de un año, perfilaron el proyecto y decidieron cambiarle el nombre, con la probable intención de no limitarlo a un género o estilo musical determinado, si se tiene en cuenta que en su catálogo editorial figurarían obras muy diversas. Por fin en abril de 1950 queda constituída, con la figura jurídica que consideraron más conveniente, la Asociación Editorial Musicabana y se inscribe en el Registro de Asociaciones de la República de Cuba, con la siguiente directiva.

Presidente: José Antonio Méndez. Administrador: Luis Yáñez; Secretario de Relaciones Exteriores: Rosendo Ruiz Quevedo, y como integrantes y colaboradores activos, entre otros: Armando Peñalver, Andrés Echevarría (El Niño Rivera), Jorge Mazón, Ricardo Díaz, Julio Becqué, Ricardo Cachaldora, Elisa “Chiquitica” Méndez (hermana de José Antonio), Eligio Valera, Lázaro Núñez, y otros. Muy pronto José Antonio partiría a México y la presidencia sería ocupada por Rolando Gómez (del binomino autoral Yáñez y Gómez).

Según Rosendo Ruiz Quevedo, la Editorial Musicabana constituyó, por su proyección musical y social, un hecho único en la historia de los países latinoamericanos. Desde su inicio, va contra la corriente, es decir, se declara públicamente defensora de los autores de música popular cubana, denunciando la explotación editorial extranjera que existía en complicidad con la sociedad autoral de turno.”[8] El vocablo Musicabana, así como el logotipo que utilizó la institución, fue creado por Rolando Gómez, quien era trabajador gráfico.[9] El único requisito para ser miembro era “…acatar los principios de la Asociación y muy en especial, apoyar la lucha contra los explotadores de la música cubana.”[10] Y cierto, Musicabana no sería una editorial al uso: pronto se vería que era además, un puntal movilizador en la lucha por los derechos de los autores cubanos.

Compositores del feeling: Arriba, de izquierda a derecha: César Portillo de la Luz y José Antonio Méndez. Abajo, Rosendo Ruiz y Tania Castellanos; Armando Guerrero descargando con amigos. (Fotos: Archivo de la autora)

Para esta fecha, César Portillo de la Luz, uno de los principales compositores del feeling y quien estuvo en la génesis de la editorial, no aparecía ya en la directiva y, de hecho, no fue parte de Musicabana, ni obras suyas figuraron en el catálogo de la editorial. Las causas, al parecer, fueron discrepancias internas, aunque esto no afectó ni disminuyó su vínculo con el grupo de feeling.

¿Cómo operaban?

La documentación consultada no permitió conocer el monto del capital con que la recién creada editorial comenzó su actividad, pero los antecedentes permiten suponer que si existió alguno, fue con cifras sumamente bajas. Tampoco la investigación tuvo acceso a documentos de tesorería que posibilitaran evaluar su evolución económica.

El domicilio legal inicial de las oficinas de Musicabana en Zanja No. 462 esquina a Belascoaín, no era otra cosa que el domicilio de Luis Yáñez, el cuarto del solar en el que vivía junto a su madre, y uno de los puntos de reunión y descarga de los muchachos del feeling. Posteriormente la editorial se traslada a un “rincón” de la casa situada en Marqués González # 506 entre Pocito y Jesús Peregrino, donde vivía la familia del compositor Jorge Mazón, y finalmente se instalaría en Campanario No. 151, en el casa del compositor Rosendo Ruiz Quevedo.

Andrés Echevarría, Niño Rivera, era el transcriptor oficial de la editorial, aunque otros compositores, como Giraldo Piloto Bea y Armando Guerrero, Armandón, también hacían transcripciones. Todo el trabajo de partituras originales se hacía a mano. Al doblar de la casa de Rosendo Ruiz existía un establecimiento que tenía una máquina reproductora sistema Obzalid, en la que por cinco centavos, ofrecían el servicio de copias a partir de un original en papel traslúcido. Así comenzó Musicabana a imprimir partituras. Se reproducían uno a uno los ejemplares que luego Luis Yáñez, enérgico y muy activo, se encargaba de distribuir entre solistas, conjuntos y orquestas, para que poco a poco las obras de los compositores filineros se fueran incorporando al repertorio de la música activa.

Cuenta Ruiz Quevedo: “En corto tiempo, en actividades bailables, radio, televisión, grabaciones fonográficas, teatros, cabarets, e incluso en algunas bandas sonoras de filmes, aparecían las obras de “Los muchachos del filin”. Pero el trabajo de promoción no lo era todo. Al propio tiempo Musicabana se convierte en un instrumento de denuncia pública contra los intereses de los grandes consorcios musicales y de sus cómplices nacionales, que entonces, ocupaban posiciones importantes en diferentes asociaciones de autores, integrando Federaciones y Confederaciones, subordinadas a los intereses foráneos de explotación a la música latinoamericana y en especial a la cubana…” [11]

Sobre la marcha iría surgiendo la estrategia editorial que emprenderían. Se destacaban en este trabajo Orlando Peña, Julio Becqué, Pablo Reyes, Francisco Fellove, Armando Peñalver, Ricardo Cachaldora, Armando Guerrero, todos colaborando sin descanso y desinteresadamente, muchas de las veces sin cobrar.

Musicabana se convierte en una asociación singular, no es una editora musical al uso: las ganancias obtenidas se reinvierten en promover nuevas obras y lanzar firmas autorales de prestigio, tal es el caso, entre otros de Tania Castellanos, Piloto y Vera, Francisco Fellove, Lázaro Núñez, Ricardo Díaz y Marta Valdés, quien también da sus primeros pasos como compositora arropada por el entusiasmo de su amigo Giraldo Piloto, muy activo en Musicabana, y otros miembros de la editorial; le brindan su apoyo en la difusión de sus composiciones. Incluirá en su primer contrato con la novel editorial dos que serían icónicas: Y con tus palabras y En la imaginación.

El catálogo

Musicabana no solo consigue abrir caminos a la canción filinera, sino que aborda, como ya dijimos, otros géneros y estilo, como la música popular bailable. Quizás los ejemplos más relevantes, por su impacto en Cuba y también en otros países sean El Jamaiquino (Niño Rivera), Mango mangüé (Francisco Fellove) –con el que El Gran Fellove conquista México- Qué jelengue (José Antonio Méndez) y Domitila (Ricardo Díaz).

El auge del cha cha chá coincide con el período de actividad de Musicabana y la editorial puede exhibir un valor competitivo, apoyando el nuevo género y promoviendo obras de sus autores que se convierte en éxitos rotundos, como Poco Pelo (Antonio Sánchez, Musiquita), La Basura (Jorge Mazón) y El cha cha cha de los cariñosos, Rico Vacilón y Los Marcianos (Rosendo Ruiz Quevedo).

Además de los ya mencionados en otros momentos de este texto, varios compositores establecidos confían sus obras a la novel editorial: Bebo Valdés (Mambo en Mi Bemol), Pedro Jústiz “Peruchín” (Mamey Colorao); Julio Gutiérrez (Mi sinceridad); Adolfo Guzmán (No puedo ser feliz), Pedro Vega (Hoy como ayer). Algunos no cubanos también lo hacen: el colombiano Nelson Pinedo (De ti no quiero nada), el costarricense Ray Tico (Donde tú estés, allí estaré) y hasta el boricua Joe Quijano aparece con el bolero Tú regresarás en el catálogo de obras contratadas con Musicabana en fecha cercana a 1955.

Autores como José Antonio Méndez, Rosendo Ruiz Quevedo, Francisco Fellove, el binomio Yáñez y Gómez, y otros, incluyeron cada uno más de diez obras en el catálogo Musicabana. Además de los ya mencionados, los que siguen tuvieron obras contratadas con Musicabana en algún momento de su actividad: Agustín Ribot, Alberto Vera, Alexis Abreu, Andrés Sendín, Angelita Ramírez, Antonio Rodríguez “Musiquita”, Armando Guerrero, Armando Oquendo, Armando Peñalver, Armando Sánchez, Benny Bilbao, C. Antomatei, Dalia Timitoo, Domingo Quintero, Eligio Valera, Enemelio Jiménez, Enrique Cerón, Enrique Pérez, Evelio Landa, Félix Reina, Giraldo Piloto Bea, Humberto Bravo, Humberto Jauma, Isaac Fernández, Isolina Carrillo, Jesús Martínez Leonard, Jorge Morales, Jorge Zamora, José A. Rojas, José Adams, José M. Rodríguez, Juan Arrondo, Juan Gil, Juan Lucas, Juan Pablo Miranda, Juan Puig, Julio Becqué Jr., Julio Gutiérrez, Justi Barreto, Luis Chanivecky, M. Román, Manolo Menéndez, Marcos Perdomo, María Hermida, Mario Acevedo, Mario Formoso, Mario L. Hernández, Meme Solís, Miguel Cambreiro, Miguel Román, Néstor Milí, Nivaldo Veranes, Numidia Vaillant, Ñico Cevedo, Orlando Peña, Oscar M. Boufartique, Pablo Reyes, Parmenio Salazar, Pedro O. León, Pedro Ordóñez, Pedro Queijas, R. Díaz Figarola, R. Ortiz, Rafael Somavilla, Ricardo Pérez, Roberto Moreira, Roberto Puente, Roberto Vaz, Rolando Baró, Rudy Calzado, Salvador Levy, Sergio Calzado, Silvio Contreras, Tania Castellanos, Tirso J. Cárdenas, Tony Tejera, Urbano Gómez Montiel, Victor Lay, Víctor P. Queijas y otros.

En todo caso, el catálogo editorial de Musicabana recogía una muestra sumamente representativa de la creación autoral en Cuba.

Las demandas y el activismo

Rosendo Ruiz y Luis Yáñez se destacan por sus ideas profundamente de izquierdas y antimperialistas, muy próximas al ideario del Partido Socialista Popular y parece ser que son ellos quienes diseñan la proyección pública e internacional de la recién creada editorial. Son a la vez, portavoces de las legítimas demandas del gremio autoral, lo que hace que Musicabana, de ser una entidad esencialmente de músicos afrodescendientes, pase a asimilar a músicos de otras procedencias, que ven representadas en ella sus mismas preocupaciones y exigencias.

A inicios de los años 50 existía una Federación Nacional de Autores, que agrupaba a pequeñas entidades sometidas todas a los intereses de Peer-Southern, y manejada por el abogado Francisco Carballido Villar[12] y por otra parte, la Corporación Nacional de Autores, bajo el control del también abogado Natalio Chediak.

Se enrolan en una campaña para exigir la creación de una única institución autoral, que les garantice una justa retribución.

Promoviendo la candidatura del compositor y pedagogo Oscar Muñoz Boufartique –el autor, entre otras, de la célebre Burundanga– representantes de Musicabana (Luis Yáñez, Jorge Mazón, Jorge Zamora y Francisco López) acuden a los medios de prensa para hacer públicas sus denuncias.

El periódico ¡Alerta!, al referirse a esta visita comenta: “Se quejan los autores musicales de que no se respeta la ley de Propiedad Intelectual, especialmente dicen, por algunas compañías de películas, que como la “Productora de Películas Cubanas” niega el pago de la tarifa por el uso intelectual de las obras musicales. Esa tarifa es de cien pesos y la mencionada Compañía ofrece todo lo más, veinticinco. En cambio, en México se pagan cien pesos por el uso incidental y doscientos por derechos exclusivos. Señalan también la existencia de una Central Editorial que recibe el pago por el uso de las obras y una subsidiaria con la que la Central divide el 50% de lo cobrado. Entre tantos intermediaros, al autor no le llega más que un 25% de la cantidad cobrada. Mencionan el caso de José Antonio Méndez, que fue maltratado y vejado por un miembro de una firma productora cubana, al reclamar los derechos del uso incidental de su obra “Qué jelengue”, que aparece en la película “Ídolo de multitudes”. El citado señor le ofreció al autor la cantidad irrisoria de veinticinco pesos. Del mismo modo fue tratado el autor Julio Gutiérrez.”[13]

Posteriormente hacen pública una Declaración en este sentido, firmada por la Directiva de Musicabana en esos momentos (Luis Yáñez, Presidente por sustitución reglamentaria; Rolando Gómez, tesorero; Jorge Mazón, secretario de propaganda. Vocales: Alberto Vera, Giraldo Piloto, Armando Guerrero, Niño Rivera, Jorge Zamora y Elisa “Chiquitica” Méndez, además de otros treinta compositores de Musicabana.

Bobby Collazo haría una crónica resumida del hartazgo y la frustración de los autores en esta crisis: “Los compositores se rebelan contra la Sociedad de Autores. Acusan al abogado Carballido, a Ernesto Roca, a Lino Zerquera y a varios altos empleados de la misma de bandidaje. En todas las revistas y periódicos de la isla se formulan quejas. Se interviene la Sociedad por el Gobierno. El Sr. Francisco Illás es el Interventor por parte de Batista. Salen a relucir fraudes en tiempo de mambos y chachachaes… Un grito del alma del autor cubano, pero no se consiguió nada: el Gobierno nada hizo… Muy claro, el Gobierno estaba de parte de los bandidos estafadores del derecho autoral. Seguimos en las mismas o peores… Hasta cuándo vamos a ganar dos centavos por disco y la mitad del centavo va para el pulpo editorial?”[14]

Estados Unidos y México

Con rapidez, Musicabana logra conectar a los compositores de su catálogo con importantes cantantes e intérpretes latinoamericanos y cubanos trabajando en el exterior. La mayor responsabilidad en esto recae en Giraldo Piloto Iglesias, padre de Giraldo Piloto Bea, una de los compositores de la nueva editorial cubana e integrante del binomio autoral Piloto y Vera.[15] Piloto Iglesias, que residía entonces en Nueva York, se convirete en un elemento clave para la difusión del feeling y las obras de los compositores de Musicabana en Estados Unidos.

Giraldo Piloto Iglesias, representante de Musicabana en USA. (Foto Cortesía Josefina Barreto Brown)

Piloto Iglesias, sin cobrar salario, aceptó el cargo honorífico de representante de la editorial en ese país, pero trabaja duro, logrando articular una fuerte y productiva relación entre importantes cantantes y directores de agrupaciones musicales y compositores de la editorial, que se traduce en importantes grabaciones fonográficas de sus obras por figuras como los boricuas Tito Puente y Tito Rodríguez; los cubanos Machito y sus Afrocubans y su cantante Graciela; José Curbelo y su orquesta y sobre todo, Vicentico Valdés, quien sería decisivo en el lanzamiento internacional de muchos de los autores de feeling.

Compositores de Musicabana (Luis Yáñez, Rolando Gómez, Julio Becqué Jr. y otros) y Orlando Vallejo comparten en La Habana con Machito, Tito Puente y Vicentico Valdés en ocasión de visitar La Habana invitados por Gaspar Pumarejo al evento 50 años de Música Cubana. Febrero de 1957 (Archivo de la autora)

De este modo, Vicentico llega a poner su voz en temas como La gloria eres tú y Soy feliz (José A. Méndez), Todo aquel ayer (Armando Guerrero), Derroche de felicidad (Jorge Zamora), Nueva vida (Piloto y Vera), etc. Estos y otros afamados intérpretes viajan con frecuencia a La Habana, estrechando personalmente sus vínculos con los compositores, intérpretes e instrumentistas cubanos y convirtiéndose en piezas claves para la difusión internacional de trabajo de los autores integrados en Musicabana.

Giraldo Piloto Iglesias alternaba su vida personal y laboral con la atención a los asuntos de Musicabana. Consigue un primer gran triunfo: colocar los cha cha chás El Jamaiquino (Niño Rivera) y La circunstancia (Francisco Fellove) en el repertorio de Machito y sus Afrocubans, que se graban en Nueva York el 20 de junio de 1954. Son las primeras obras que Musicabana logra insertar en el catálogo del potente sello norteamericano Seeco, y le seguirían Don’t Tease Me (Francisco Fellove) también por Machito, Fidelidad (Piloto y Vera) por Vicentico Valdés.[16] El boricua Tito Rodríguez grabaría el clásico de Niño Rivera también por esas fechas.

Musicabana contribuye también a difundir el trabajo de los arreglistas cubanos, lo que les abriría otras posibilidades de trabajo más allá del Malecón. Niño Rivera contaba que “…muchas veces los mismos arreglos que hacía para la orquesta Riverside, por ejemplo, a través de Musicabana, se enviaban a Nueva York y allí se grababa el mismo arreglo que se hacía aquí en La Habana.”[17]

Un hecho de gran importancia se produce cuando Piloto Iglesias comienza a enviar a La Habana formularios para el registro de obras musicales extranjeras que sin costo alguno proporcionaba el Registro de la Propiedad Intelectual de los EE.UU. De ésta forma, los temas musicales de mayores posibilidades eran registrados por la editorial Musicabana en Washington, en el llamado “registro del copyright”, que garantizaba el reconocimiento del legítimo autor y sus derechos.

La gestión de José Antonio Méndez durante su estancia en México es crucial. Difunde sin cesar las obras del repertorio, no sólo las suyas, sino las del resto de los compositores de la editorial y logra colocar diversas obras en varias disqueras de ese país y otras como Seeco, que graba a la Orquesta América de Ninón Mondéjar el 19 de septiembre de 1955 con el cha cha chá El zapatero (E. Echevarría-N.M.Rivera), también de Musicabana.[18]

Gracias a la ayuda de Ninón Sevilla, Ibrahim Urbino, los productores mexicanos Pedro Calderón y Luis Manrique y otras personas, José Antonio, como presidente de la editorial cubana, consigue incluír en filmes mexicanos trece obras musicales administradas por la editorial cubana, entre ellas Cielo y sol (Juan Pablo Miranda), Ponle la montura al potro (Orlando Peña), El mambo tiene rareza (Jorge Zamora), El baile del tirabuzón (Arturo Rivas), No me hables de amor (Ñico Cevedo), En nosotros (Tania Castellanos), Mamey colorao (Pedro Jústiz, Peruchín) y otras.[19] De las trece obras, al menos cinco eran de su autoría: La gloria eres tú, Qué jelengue, Esa china baila mi rumba, Tú mi adoración y Si me comprendieras.

En enero 1955 José Antonio entra en estudio y graba una serie de temas entre ellos, su Novia mía y además, y No me hables de amor, de Ñico Cevedo. Canciones suyas, administradas por MusicabanaNovia mía y La gloria eres tú-, son grabadas por el cantante chileno Lucho Gatica, en la cúspide de la fama entonces, y otros cantantes internacionales, cantan sus canciones y las de otros compositores de la editorial.

Los Marcianos, de Rosendo Ruiz, partitura de Ediciones Quiroga bajo licencia Musicabana (Archivo Rosendo Ruiz Quevedo)

Durante su período de actividad, Musicabana consigue firmar contratos de licenciamiento de obras con las editoriales Select y Julio Korn (Argentina); Laterpe (Brasl), Olivares y Hermanos Márquez (México), Ediciones Quiroga, Orbe y Canciones del Mundo (España), Hansen Publicities, Shapiro Berst, Edward B. Marks (USA), y otras en Francia.[20] Obtiene también la representación en Cuba de algunas editoriales extranjeras, como la española Ediciones Quiroga y la argentina Ediciones Select.

¡Tienes que parar!

Estas importantes acciones y conquistas, el éxito de muchísimos de los temas del catálogo de la novel editorial y la actitud combativa y a veces beligerante de algunos de sus miembros, motivaron, según Rosendo Ruiz Quevedo, que arreciaran los ataques de los compositores que ya habían establecido su fama y adquirido el monopolio de la difusión autoral, que ahora temían perder.

Por su parte, Peer-Southern Music intenta diversas maniobras para debilitar o incluso aniquilar a la editorial cubana y no se descarta la posibilidad de que haya movido los hilos de sus contactos con el poder político. En 1958, el local que ocupaba Musicabana –la vivienda de Rosendo Ruiz Quevedo- es allanado y registrado por las fuerzas policiales, con la acusación de vínculos con organizaciones comunistas dentro y fuera de Cuba.

El Partido Socialista Popular, con el nombre de Unión Revolucionaria Comunista (URC)  había sido legalizado, para mutua conveniencia de las partes, por Fulgencio Batista el 13 de septiembre de 1938, el mismo gobernante de facto que lo ilegaliza poco después del golpe de estado que él mismo perpetrara el 10 de marzo de 1952, y que obligó a sus principales dirigentes comunistas a pasar a la vida clandestina o al exilio, como fue el caso de Lázaro Peña y su ya esposa la compositora Tania Castellanos. Vale recordar el vínculo originario de simpatías y hasta de filiación de algunos de los integrantes de Musicabana con estas organización política y sus postulados ideológicos.

Se interrumpía así la existencia y el funcionamiento de Musicabana como Asociación. “El 23 de Julio de 1958 en Asamblea General de los compositores afiliados y ante Alberto Montero Flores, Secretario Legal de la extinta Asociación Editorial Musicabana, queda constituída Musicabana S.A.”, como ente mercantil, según consta en documento inédito firmado por Rosendo Ruiz Quevedo.[21] En él se lee que “la correspondiente protocolización de Musicabana S.A. se origina el 14 de agosto de 1958, mediante escritura pública ante el Dr. Isaac Carlos Miró y Calonge. En la misma se verifica la anterior designación como Presidente de la entidad, de Rosendo Ruiz Quevedo y de Luis Yáñez Zuasnábar como Tesorero Administrativo.”

A pesar de estos pasos legales, Musicabana se vio obligada a funcionar en cierto margen de clandestinidad, que resintió y debilitó, junto a algunos problemas internos, la actividad de la editorial. Estábamos a escasos cuatro meses del triunfo de la Revolución cubana y un cambio político trascendental sobrevendría.

Con la supresión de las entidades mercantiles privadas a partir de 1959, Musicabana –ahora con la breve presidencia de Alberto Vera Morúa- sobreviviría un tiempo de indefiniciones y luego se diluiría en la recién creada Editora Musical de Cuba dentro del esquema de la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales (EGREM), pero coincidentemente por ese tiempo, algunos de los compositores que animaron la creación y el surgimiento de Musicabana, protagonizarían ante la nueva realidad, algunos sucesos,  y no todos en buena onda. Deberíamos continuar….

© Rosa Marquetti Torres

Agradecimientos a Alvaro Ruiz, hijo de Rosendo Ruiz y depositario de su archivo personal, por el acceso a un grupo de documentos; a Gustavo y Humberto Mazón, por idénticas razones.

Fuentes:

  • Manuscritos inéditos del Archivo de Rosendo Ruiz Quevedo, por cortesía de su depositario Alvaro Ruiz.
  • Manuscrito inédito de Jorge Mazón, por cortesía de sus depositarios Gustavo y Humberto Mazón.
  • Valdés, Marta: Donde vive la música. Ediciones Unión. La Habana, 2004.
  • Mazor, Barry: Ralph Peer and the Making of Popular Roots Music. Chicago Review Press. Chicago, IL. 2014.
  • Contreras, Félix: La música cubana: una cuestión personal. Ediciones Unión. UNEAC. La Habana, Cuba. 1999

NOTAS

[1] Fajardo Estrada, Ramón: Ernesto Lecuona. Cartas. Tomo II. Ediciones Boloña, La Habana 2012.

[2] Véase: Regalías, disparos y decisiones. En: Marquetti, Rosa: Chano Pozo. La vida (1915-1948). Editorial Unos & Otros. Miami, USA. 2019.Pp.112-118

[3] Anónimo: Conozca a nuestros autores. En Fusté Show. Octubre 1951. Pag. 13

[4] Ernesto Roca: Representante en Cuba de Peer

[5] Valdés Marta: Donde vive la música. Ediciones Unión. La Habana, 2004. Pag. 61

[6] Ruiz Quevedo, Rosendo: Conversatorio 18 de julio de 2002 (Inédito. Archivo del autor)

[7] Anónimo: Nace la Editora Musical “Producción Feeling”. En Noticias de Hoy. 31 de enero de 1950. Pag. 10

[8] Ruiz Quevedo, Rosendo: Caleidoscopio musical del compositor de música popular cubana Rosendo Ruiz Quevedo. (Inédito. Archivo del autor) No ha sido posible consultar el archivo histórico del Registro de Asociaciones.

[9] Ibidem

[10] Ibidem

[11] Ibidem

[12] Francisco Carballido Villar fue secretario de la Asociación Cubana de Autores, Compositores y Editores de Música (1946), Secretario General y asesor legal de la Federacióni de Autores de Cuba (1946), de la Unión Nacional de Autores de Cuba (1952) de la Sociedad Nacional de Autores de Cuba (1955). En 1954 es nombrado apoderado y representante legal en Cuba de la Sociedad General de Autores de España.

[13] Periódico ¡Alerta!. La Habana, Cuba. Paper-clip sin fecha indicada.

[14] Collazo, Bobby: La última noche que pasé contigo. Cuarenta años de farándula cubana. Editorial Cubanacán. Puerto Rico. 1971. Pag. 361

[15] Giraldo Piloto Iglesias es abuelo del baterista y compositor Giraldo Piloto Barreto, director de Klímax.

[16]Catálogo Oficial del sello Seeco. Manuscrito inédito.

[17] Entrevista a Niño Rivera (entrevistador desconocido) en Díaz Ayala Collection. FIU. Miami, USA.

[18] Anónimo: Conozca a nuestros compositores. En Fusté Show. Octubre 1951. Pag. 13

[19] Ibidem.

[20] Relación de obras cedidas a editoriales extranjeras. Documento oficial de Editorial Musicabana. Archivo Rosendo Ruiz.

[21] Ruiz Quevedo, Rosendo: Referente a “Asociación Musicabana” y “Musicabana S.A.”. Fechado 23 de diciembre de 1996, en Ciudad de La Habana (documento inédito)

Alquízar, Cuba. Soy una apasionada de la historia de la música y los músicos cubanos, de la memoria histórica y de asegurar su presencia historiográfica en las redes. Me gusta la investigación. Trabajo además en temas de propiedad intelectual y derechos de autor. Escucho toda la música... y adoro....la buena. Desmemoriados... es la interaccción. Todos los artículos son de mi autoría, pero de ustedes depende que sean enriquecidos.

4 Comentarios

  • rosamarquetti

    El Dr. Cristóbal Díaz Ayala me ha hecho llegar vía email este comentario, que les comparto a continuación junto con mi agradecimiento a él:

    «En el campo de la música, no abundan los trabajos sobre casas editoras de la misma, y generalmente, por no decir siempre, son negativos…Las casas editoras casi siempre son mencionadas como un mal necesario entre el compositor de la música, y el público que va a escucharla…
    Abundan las historias de editores inescrupulosos, y en el caso de Cuba, las hay y abundantes… Encontrar pues el relato de una casa editora como Musicabana, creada por los propios músicos, y triunfadora pese a los obstáculos a los que se enfrentó, pero de la que nadie había escrito como lo hace ahora Rosa Marquetti, es bien encomiable.
    Para la Feria Mundial celebrada en Nueva York en 1937, en Cuba se editó un libro en inglés y español, que contenía cien canciones con sus partituras, escrito por un hermano de Eliseo Grenet, músico como este. Se suponía el libro contenía las piezas cantables y bailables mas populares en Cuba, para aquella época. Pero en la realidad, el libro contenía pocas obras de las mas populares de aquella época, había además una inclinación marcada por compositores blancos,y muy pocos negros; era fragantemente racista, Con los años, el público se olvidó del libro, y de algunos compositores que en él aparecieron…
    Afortunadamente, el abogado defensor de los compositores , músicos y cantantes cubanos negros, fueron la radio, y sobre todo, las victrolas … Ambos objetos, no mostraban el color de quien cantaba o tocaba un instrumento. Pero las casas editoras, generalmente poseídas por empresas extranjeras, no respetaban los derechos autorales, sobre todo de «:personas de color» como elegantemente se decía…
    La historia de Musicabana, que salía a la defensa de los compositores, blancos o negros, pero cubanos, es una importante página de nuestro desarrollo que debía conocerse, y la investigadora y escritora cubana, Rosa Marquetti ha investigado intensamente ese complicado e ignorado mundo del pago de los derechos autor, y reivindica con lujo de detalles, esa realidad. Como siempre, gracias Rosa. por ilustrarnos..Cristobal Díaz Ayala «

  • Tania Quintero

    Por lo menos tres veces a la semana entro a Desmemoriados en busca de un nuevo post, que en el caso de Rosa Marquetti es sinónimo de un valioso aporte a la historia de la música cubana. Y hoy he descubierto la historia de Musicabana, esa editora musical ya olvidada. Como siempre me ha dado mucha alegría esta nueva investigación, sobre todo porque a algunos personajes les conocí de niña y trabajé con ellos, como Lázaro Peña y Zoila ‘Tania’ Castellanos o de joven disfruté de sus descargas, especialmente las que se disfrutaban en La Habana de los 60, en El Gato Tuerto, El Pico Blanco del hotel Saint John’s, el bar del Monseigneur, clubes habaneros donde se podía disfrutar de Elena Burke y Frank Domínguez, entre otros. O de sus recitales en el Amadeo Roldán o el antiguo cine Rodi, reconvertido en Teatro Mella. Pero como ya cumplí 77 años y mi familia materna era del PSP (Blas Roca era esposo de mi tía Dulce Antúnez y fue mi primer jefe, en agosto de 1959), debe confesar que para mí leer sobre la la emisora Mil Diez es volver a mi infancia: muchas veces fui a su local en la calle Reina o la escuchaba en el viejo RCA Victor de color carmelita.
    Gracias de nuevo, Rosa. Muchos abrazos virtuales, Tania Quintero Antúnez

  • Rosa Marquetti Torres

    Muchísimas gracias, querida Tania, por comentar y compartir con nosotros tus vivencias y recuerdos. Gracias siempre por leer y por tu fidelidad a Desmemoriados. Un ciberabrazo

  • Giraldo Piloto

    Querida Rosa. Siempre un gran gusto saludarte. Que gran investigación!!! Te felicito una vez mas por todos tus trabajos, y te escribiré por privado porque comencé a recopilar, organizar y añadir muchas otras informaciones familiares al libro que mi mama estuvo haciendo sobre la vida de mi papa.
    Te mandamos un beso grande y mil cariños

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